
Ricardo Ruiz Escalona, el Presidente de la Confederación FENATS Unitaria, Ana María González, Tesorera Nacional Confederación FENATS Unitaria y Mitzy Aravena Armijo, Secretaria Nacional Confederación FENATS Unitaria, firman el artículo "Salud pública: El viaje desde el brujo ancestral al desafío del Estado Moderno" publicado en la edición de Julio de la revista Le Monde Diplomatique. Puedes leer el texto, que realiza una panorámica sobre la historia y desafíos de la Salud Pública chilena con perspectiva social, a continuación.
Salud pública: El viaje desde el brujo ancestral al desafío del Estado Moderno
La historia de la salud en Chile es un relato de origen. Un origen tan antiguo como la propia existencia humana en un territorio agreste y de difícil dominio. Este rasgo anclado en la sapiencia de sus habitantes también es un acopio de conocimientos que en el transcurso y evolución de su vida ha generado respuestas basadas en la sobrevivencia y el ensayo y el error.
En este transcurso del desarrollo humano -primero para asegurarse una existencia precaria bajo el azote de elementos imponderables y posteriormente para subsistir en la tierra y comenzar a moldear la vida de hoy- estas prácticas de cuidado y curación en su sentido primario son resultado de miles de años sistematizando y dando importancia a la reflexión sobre su entorno.
Evidencia hay, y mucha. Lecturas coloniales, rescate antropológico y cultural registrado en piedra, montañas, bosques y desiertos también ha sido recopilado oralmente. A través de rituales en la figura del brujo y siglos después con la de la machi. El curandero encarna la esencia del sanador que une lo terrenal y lo espiritual en la búsqueda del equilibrio y la cura. Este linaje de conocimientos, transmitido de generación en generación, culmina en nuestros tiempos en la figura del médico o doctor, herederos de una tradición milenaria de aliviar la enfermedad.
El desarrollo de esta salud empírica, a menudo mezclada con prácticas espirituales y religiosas, fue fundamental para la proliferación humana sobre la tierra. En el caso particular de Chile, este devenir marcó un hito relevante: a pesar de ser un país de ingresos medios y bajos en el concierto mundial, y no figurar entre las naciones con mayor Producto Interno Bruto (PIB) per cápita, Chile ostenta hoy una expectativa de vida de 81 años segun un reciente estudio del World Population Review, basado en datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Banco Mundial y la ONU.
Este índice, entre los más altos a nivel global (Chile es el segundo país con mayor esperanza de vida en el continente después de Canadá (con un 83,1 años), es un testimonio innegable de las políticas de salud pública gestadas a lo largo del siglo pasado. Ellas hicieron suyo el concepto de la Organización Mundial de la Salud (OMS): "Salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social y no solamente la carencia de afecciones o enfermedades". Esto implicó un cambio socio-político trascendental, reconociendo que no solo la medicina curativa es vital, sino que un ambiente de desarrollo social integral –incluyendo vivienda digna, alimentación adecuada, acceso a la cultura y sanidad ambiental– es absolutamente fundamental.
Un estado de bienestar
Los inicios de la evolución de la salud pública en Chile, durante los tiempos de la Colonia, estaban anclados en la filantropía y la beneficencia religiosa. La incipiente estructura social campesina y el posterior desarrollo de asentamientos urbanos, sumados a una industrialización incipiente, trajeron consigo graves problemas de salud: carencias, pestes recurrentes, insalubridad generalizada, desnutrición crónica y una bajísima tasa de supervivencia infantil. Era una calamidad que diezmaba la fuerza de trabajo y atentaba contra el desarrollo urbano e industrial del país. Sin viviendas adecuadas, agua potable ni salubridad básica, las condiciones de vida de la población eran insostenibles. La filantropía y la caridad cristiana, aunque bien intencionadas y pilares de la asistencia hasta bien entrado el Siglo XX (como los hospitales San Juan de Dios, San Borja y San José, este último emblemáticamente adosado al Cementerio General), no lograban dar una respuesta sistémica a estas condiciones. Estos recintos, atendidos inicialmente por sacerdotes, monjas y el voluntariado de la élite social, carecían de una estructura formativa médica formal como la conocemos hoy.
Fue a partir del Siglo XX, influenciados por el concepto de los "Estados de Bienestar" nacidos tras la Segunda Guerra Mundial y las crecientes revueltas sociales que exigían mejores condiciones de vida, que las élites gobernantes se vieron compelidas a buscar en el Estado acciones políticas y respuestas más programadas e invasivas.
A este contexto se suma la creación de la Universidad de Chile en 1848 como un hito fundacional que permitió sistematizar las carreras de salud y dar un impulso científico a la medicina. Un poco más adelante, la invención de la penicilina en 1928 revolucionaría el abordaje de las enfermedades infecciosas, que fueron hasta entonces el límite de la lucha del ser humano contra un enemigo invisible. Sin embargo, el gran salto institucional llegó en 1952 con la promulgación de la Ley del Servicio Nacional de Salud (SNS), que tomó como modelo el sistema de salud británico. Esta ley integró diversos organismos públicos, mutuales, corporaciones y fundaciones bajo un paraguas estatal, consolidando una red unificada. La posterior creación de Fonasa y Cenabast en 1979 afianzó esta arquitectura sentando las bases del actual Sistema de Salud Pública Chileno.
Esta dependencia del Estado se erigió como la ventaja fundamental que explica gran parte del notable aumento de la expectativa de vida en el país. Un rasgo que se suele pasar por alto en Chile, pero que es reconocido a nivel mundial. No obstante, este proceso de desarrollo y organización, centrado en la importancia de la salud como núcleo básico para la supervivencia y el desarrollo humano, también nos confronta con desafíos y desventajas inherentes a la centralización y a visiones cortoplacistas.
¿Cuánto vale una vida?
Hoy, la preocupación se cierne sobre la conceptualización de la salud: ¿es meramente un gasto o una inversión estratégica? Desde la mirada de organizaciones sindicales de la salud pública como la Confederación FENATS Unitaria, la respuesta es categórica: los recursos del Estado en salud son siempre una inversión. Porque un trabajador sano —física, mental y psicológicamente— es un trabajador productivo, y la productividad de un país está intrínsecamente ligada a la salud de su fuerza laboral. Es decir, sin trabajadores y trabajadoras sanas que entreguen su fuerza de trabajo y capacidad de visión, el país no puede generar la plusvalía económica necesaria para su desarrollo.
Sobre este punto, hubo un consenso unánime en el seminario del Colegio Médico de Chile "Desafíos en Salud para un nuevo Gobierno" entre el sector profesional, el gobierno y los gremios lo que representa una fortaleza discursiva notable.
Paradójicamente, en un momento donde el sistema público de salud está bajo la controversia por problemáticas como las licencias médicas, la probidad o la amenaza a la seguridad que significan los hechos de violencia que afectan a algunos servicios; los funcionarios de la salud pública—quienes fueron aplaudidos y homenajeados durante la pandemia—, aparecen hoy como "villanos" de una historia estructural. Esta narrativa simplista ignora el compromiso de la inmensa mayoría y la complejidad de un sistema que, pese a todo, sigue siendo la columna vertebral del bienestar de la población.
Es en este contexto donde los datos de satisfacción usuaria cobran una relevancia fundamental. A pesar de las dificultades y las listas de espera, estudios recientes del Ministerio de Hacienda (MESU 2023) sobre el nivel de satisfacción de las personas con los servicios del Estado, y específicamente en algunas mediciones del sector, revelan que la salud pública mantiene un nivel de aceptación significativo. Por ejemplo, en el caso de Fonasa, el 74% de los usuarios encuestados evaluó con nota 6 o 7 la satisfacción respecto del servicio recibido en su último trámite, mostrando una alta conformidad con los procesos administrativos y de acceso a los beneficios.
Si bien la satisfacción con aspectos específicos como la oportunidad de atención puede variar por región (como lo indican encuestas de la Asociación Chilena de Municipalidades para la APS, donde en la Región Metropolitana la evaluación promedio de la atención de salud fue de 4.82, mientras que en Antofagasta y Coquimbo alcanzó un 7.0), estas cifras demuestran que el sistema público, con sus desafíos, sigue siendo valorado por una parte sustantiva de la ciudadanía. La existencia de un 74% de satisfacción en trámites de Fonasa es un respaldo innegable a la labor del Estado y sus funcionarios, desmitificando la idea de un colapso generalizado.
Por ello, se hace perentorio reflexionar y debatir sobre qué implica tener una sociedad sana en lo físico, lo mental y lo espiritual. ¿Cuánto vale una vida? ¿Cuáles son los recursos financieros, humanos, científicos y tecnológicos necesarios para una comunidad desarrollada, optimista y feliz? Estas preguntas trascienden los fríos conceptos de gestión, eficiencia y uso adecuado de los recursos, para abarcar variables intangibles como la riqueza del espíritu, el arte y las expresiones culturales.
La disminución de nacimientos en Chile (0.90% anual) también es un síntoma que interpela: ¿qué está pasando en la sociedad chilena que el desarrollo personal e individual parece priorizarse sobre la natalidad y el desarrollo social? La historia día a día nos demuestra que sin una salud pública robusta y sin una sociedad sana, no seremos una sociedad desarrollada en el sentido más amplio de la palabra. Por ello, como aquellos "brujos de la tribu" primigenios, los defensores de la salud pública seguiremos bregando y luchando por su defensa, apostando a un país más inclusivo, más democrático y genuinamente desarrollado, donde la salud sea el pilar insustituible de la vida plena.
